martes, 12 de marzo de 2013

Ocio, Asombro y Filosofía


“Hay una clase especial de locura que consiste en haber perdido todo menos la razón”
Chesterton.


1.- El ocio y la vida intelectual (Josef Pieper)

¿Qué significa filosofar?
En una primera aproximación puede decirse que filosofar es un acto en el que sobrepasa o trasciende el mundo del trabajo. Hay, pues, que precisar en seguida qué es entiende por “mundo del trabajo” y después qué quiere decir “trascender” ese mundo.
El mundo del trabajo es el mundo del día de labor, el mundo de la utilización, del servicio a fines, del resultado o producto, del ejercicio de una función o rol; es el mundo de las necesidades y del rendimiento, el mundo del hambre y de su satisfacción.
Recordemos las cosas que dominan hoy el día corriente del hombre, nuestro día de trabajo; no es preciso para ello ningún especial esfuerzo de imaginación: nos encontramos metidos drásticamente en el centro mismo de este día de labor. Ahí están, por de pronto, las carreras y persecuciones de todos los días por la simple existencia física, por la comida, el vestido, la vivienda, el calor; después, sobrepasando las preocupaciones del individuo y condicionándolas al mismo tiempo, están las necesidades de nueva ordenación y reconstrucción, sobre todo en nuestra patria, pero también en Europa, en el mundo entero. Luchas de poder para la explotación de los bienes de esta tierra, oposición de intereses en lo grande y lo pequeño. Por todas partes máxima tensión y sobrecarga, sólo aparentemente aligerada mediante desviaciones y pausas acabadas apresuradamente: Periódicos, cines, cigarrillos. No es necesario que siga componiendo el cuadro; todos sabemos el aspecto que presenta este mundo. No es preciso, sin embargo, considerar sólo estas formas extremas, críticas, que se muestran precisamente hoy. Basta pensar sencillamente en el mundo del trabajo de todos los días, en el que hay que poner manos a la obra; en el que se realizan y logran fines muy concretos, metas que hay que tener a la vista con una mirada fija, orientada a  lo cercano y a lo inmediato.
… Imaginemos que entre las voces que llenan los talleres y el mercado, se alzase de repente una preguntando: “¿Porqué existe el ser y no más bien la nada?”, antiquísima y primaria exclamación de asombro filosófico. Si se formulase esta pregunta, inesperada y repentinamente, entre hombres de acción y negocios, hombres preocupados del rendimiento y del éxito, ¿no se tendría por loco al que la hiciese? En tales contraposiciones extremas se hace visible la diferencia realmente existente; se hace claro que con aquella pregunta se da un paso que trasciende el mundo del trabajo y lleva lejos de él… la pregunta filosófica que lo es verdaderamente atraviesa la cúpula bajo la cual está encerrado el mundo de la jornada del trabajo.
… El acto filosófico no es la única forma de dar este paso “más allá del mundo del trabajo”. Sucede también con la poesía, con el arte, con la verdadera creación literaria, con la oración,  con el amor. ¿¡Cómo podrían ser comprendidas, sirviéndose de categorías de utilización eficiente u organización racional!? … Donde lo religioso no puede crecer, donde no hay lugar para la creación y contemplación artísticas, donde la conmoción por el eros y la muerte pierde su profundidad y se banaliza, ahí tampoco florecen el filosofar y la filosofía.

… Es fundamental, en el hombre, el necesitar la adaptación al “mundo circundante”, y, al mismo tiempo, estar orientado al “mundo”, a la totalidad de lo existente y que la esencia del acto filosófico reside en trascender el “mundo circundante” y llegar hasta el “mundo”.
Esto no quiere decir naturalmente que haya, por así decir, como dos espacios separados y que el hombre pueda abandonar uno y entrar en el otro; no es que haya cosas caracterizadas por tener su lugar en el “mundo circundante” y otra que no se den en él sino sólo en el otro dominio, en el “mundo”. Evidentemente, no son “mundo circundante” y “mundo” dos ámbitos separados de la realidad, de tal forma que el filosofa se traslada de un ámbito a otro. El hombre que filosofa no vuelve la cabeza, al trascender en el acto filosófico el mundo circundante de los días de trabajo; no aparta la vista de  las cosas de ese mundo, de las cosas concretas, manejables, útiles, del día laborable; no mira en otra dirección para contemplar allí el mundo universal de las esencias. No, por el contrario, la contemplación filosófica se orienta también a este mismo mundo tangible, visible, que es extiende ante nuestros ojos, pero este mundo, estas cosas, estas realidades son interrogadas de una forma especial; se le pregunta por su última y universal esencia, con lo que el horizonte de la pregunta se convierte en horizonte de la realidad en su conjunto. La pregunta filosófica va a “esto” o “aquello” que está ante nuestros ojos; no se dirige a algo “fuera del mundo” o “en otro mundo”, más allá del mundo empírico de todos los días”. La pregunta filosófica reza: “¿Qué es “esto” en general y en su último fundamento?” Platón decía que lo que anhelaba poner el claro el filósofo no es si yo con este acto cometo o no una injustica, sino QUÉ son en general la justicia y la injusticia, y así también, qué son, en general y en su último fundamento, el poder, la felicidad, la desgracia, etc.
Filosofar significa alejarse, no de las cosas cotidianas, sino de sus interpretaciones corrientes, de las valoraciones de estas cosas que rigen ordinariamente. Y esto no en virtud de la decisión de distinguirse, de pensar de otra forma que la mayoría, que el vulgo, sino porque repentinamente se manifiesta un nuevo semblante de las cosas. Exactamente, es esta realidad: que en las mismas cosas que manejamos todos los días se hace perceptible una faz más profunda de lo real, que a la mirada dirigida a las cosas que nos encontramos en la experiencia diaria le sale al paso lo no habitual, lo que no es en absoluto obvio y evidente de esas cosas. Es justamente a esto lo que está coordinado el acontecimiento íntimo en el que se ha situado desde siempre el comienzo del filosofar: el asombro.
Verdaderamente, por lo dioses, Sócrates, no salgo de mi asombro sobre la significación de estas cosas y a veces me da vértigo el mirarlas[1]. Así exclama el joven matemático Teetetes, después de que Sócrates, el sagaz y bondadoso interrogador que sabe dejar confuso y atónito, le ha llevado tan lejos que reconoce y confiesa su ignorancia. Y sigue entonces, en el diálogo de Platón, la irónica respuesta de Sócrates: “Exactamente esa disposición es la que caracteriza a los filósofos; éste y no otro es el comienzo de la filosofía”. Aquí adquiere expresión por primera vez con matinal claridad y, sin embargo, de forma nada solemne casi como dicho a la pasada el pensamiento que después, a lo largo de la historia de la filosofía, ha llegado a convertirse casi en un tópico: el asombro es el comienzo de la filosofía.  

2.- Ocio y contemplación (Jorge Eduardo Rivera)

… Esta suspensión de los actos interesados (del neg-ocio) es el ocio. Ocio no significa no hacer nadad, inactividad. Por el contrario, la actividad contemplativa, que aparentemente suspende todo quehacer con las cosas, es la más alta actividad que cabe. Es un esfuerzo por no modificar las cosas, teniéndolas, sin embargo, delante. Es un esfuerzo por no manipular la realidad. Es un tremendo esfuerzo por no hacer lo que sabemos hacer y, en vez de ello, dejar, simplemente, a las cosas mismas ser lo que son y como son.
Este dejar-ser es la máxima actividad del hombre. Casi nunca dejamos ser a las cosas. Nos metemos con ellas, las traemos a nuestro círculo para que nos sirvan a nosotros, las modificamos, las ocultamos, las distorcionamos.
Dejar-ser las cosas no significa dejarlas de lado, no meternos con ellas, abandonarlas. Todo lo contrario. Abandonar las cosas sería otra forma de hacer algo con ellas: desecharlas, expulsarlas de nuestra vida. Aquí, en cambio, se trata de algo enteramente diferente. Se trata de que, estando ellas en nuestra vida, siendo ellas para nosotros, siendo-nos, puedan exhibir su ser –el de ellas mismas – y desplegarlo libremente ante nosotros. Se trata de que ellas estén en nuestra vida sin ser apresadas por ésta. Que ellas estén sin que nos apoderemos de ellas. Que estén, y a la vez no estén, es decir, que estén en frente de nosotros. Esta es la distancia que la actitud contemplativa crea gracias al ocio precisamente al no hacer ALGO con las cosas.

3.- Asombro y Filosofía (Jorge Eduardo Rivera)
… Todo es. El cielo es y es también la tierra; el hombre es  y son los dioses inmortales. Lo grande es y es asimismo lo pequeño. Lo real es y también es lo irreal. Es lo fantástico y son los entes matemáticos. Incluso lo que no es es, “es” precisamente, eso: un no-ser, una pura nada. Se diría que el “es” es algo así como un perro sabueso que nos agarra y ya no nos suelta más. Las cosas apareciendo en su ser o mejor, en el ser: he ahí el TODO. Y por eso, cuando lo que se nos hace extraño es nada menos que el propio “es”, entonces se vuelve extraño el todo y él, también nosotros mismos: hemos sido envueltos en un torbellino donde nada nos es ya familiar. No hay donde poner el pie, no hay morada alguna en la cual estar: nos hallamos en la absoluta intemperie, y en ella nos extrañamos absolutamente.
… La propia palabra “asombro”. Este vocablo tiene un origen muy peculiar: el asombro era el susto que se apoderaba de las caballerías ante una sombra o quizás su propia sombra. Notemos: susto ante algo enteramente natural y corriente. Asustarse de la propia sombra es como asustarse de sí mismo –extrañísima zozobra- como asustarse de lo máximamente cercano y de lo máximamente inocuo. ¿Hay algo menos peligroso que una mera sombra? De este sentido primero, viene nuestro verbo asombrarse, que, como todos los verbos que significan la admiración, tienen un sentido medial-reflejo. Un verbo medial es uno que, junto con apuntar a una cosa externa al sujeto, vuelve sobre este mismo y lo implica en la propia significación verbal. Asombrarse es asustarse, espantarse de algo que por algún motivo se nos hace de pronto extraño. Pero, a la vez, es quedar envuelto uno mismo en ese susto, es decir, sentirse “extrañado”. Ahora bien, cuando lo que se nos vuelve extraño es que las cosas “sean”, vale decir, cuando lo que nos extraña es algo que siempre ha estado en las propias cosas (como la misma sombra), la extrañeza se convierte en extrañeza de todo, en extrañeza absoluta. Esa extrañeza absoluta es, en sí misma, la manifestación originaria del ser. No es que el ser se manifieste y que luego, y como consecuencia de esa manifestación del ser, nosotros nos extrañemos, sino que el ser se nos muestra por primera vez en la extrañeza y como lo extraño por excelencia.
Asombro y extrañeza, asombrarse y extrañarse. Pero la palabra asombro no implica, en su uso posterior, la idea del susto o el espanto, sino, más bien, la de la ad-miración. Asombrarse es, al mismo tiempo, admirarse. Ahora bien, la admiración es una forma particular de la mirada. La admiración es la mirada que se absorbe totalmente en el mirar mismo, es – como lo dice la palabra – una “miración”, algo así como volverse pura mirada, contemplación. Pero esta miración, como todo mirar, está vuelta hacia fuera de ella, hacia la cosa ad-mirada. En ella se sumerge y en ella se absorbe, por ella queda encadenada, pero no encadenada como por algo exterior que arrebatara la libertad, sino encadenada gozosamente, desde dentro de sí misma, como queda encadenado a la amada el enamorado. Por eso, la admiración, lo único que hace es quedarse en la cosa admirada, “quedarse estando” en ella. Esto sucede siempre en los estados de ánimo, porque ellos nos abren a nosotros mismos y, al abrirnos a nosotros mismos, nos abren, al mismo tiempo, a aquello que nosotros mismos estamos abiertos, vale decir, al mundo a las cosas del mundo, a los demás seres humanos que comparten con nosotros el mundo y – sobre todo y en definitiva – al ser y a la realidad en cuanto tales.
Tenemos, pues, tres verbos y tres sustantivos: asombro y asombrarse; extrañeza y extrañarse; admiración y admirarse.
Pero hay además, otro sustantivo y otro verbo que están íntimamente relacionados con los ya nombrados. Me refiero a la sorpresa y al sorprenderse. Sorprenderse se dice también maravillarse. Ambos verbos expresan el descubrimiento afectivo de lo prodigioso, de lo inesperado, de lo que surge por vez primera…
Maravillarse viene de “maravilla”, en latín mirum, que es lo extraordinario, lo singular. Maravillarse quiere decir quedar prendido a lo maravilloso, quedar fascinado por lo prodigioso. Sorprenderse dice lo mismo, pero lo dice en otra forma. Sorprenderse viene de “prender”, que, a su vez, viene de prehendere, que en latín significa coger, atrapar. “Sorprender” es una adaptación española del francés surprendre, y significa “coger desde arriba”. Sorprenderse es, pues, quedar cogido desde lo alto, “sobrecogido”.
Cuando esta sorpresa no lo es tan sólo de una cosa sorprendente entre otras cosas que no lo son, sino que es un quedar asido desde lo alto del ser, quedar en suspenso sobre todas las cosas que son y agarrados por este singularísimo que es el ser o la realidad, es decir, cuando la sorpresa se convierte en sorpresa absoluta, entonces caemos en el estupor. Stupor, en latín, quiere decir algo así como una paralización provocada por una especie de golpe que nos golpea en el interior de nuestro ser. En efecto, stupor, está relacionado con “golpear”. El que cae en el estupor, queda como paralizado por algo que lo golpea interiormente, queda afectado, tocado. Este golpe desde dentro es una especie de sacudón que nos despierta y nos aturde. En la estupefacción producida por el estupor se nos revela todo lo estupendo de las cosas y – en el caso de la filosofía – esa cosa absolutamente estupefaciente es el hecho de que todo sea y no, más bien, no sea. Realmente, si no fuéramos tan estúpidos, nadie necesitaría estupefacientes para quedar estupefacto ante todo lo estupendo que nos rodea.
Asombro-asombrarse: extrañeza-extrañarse; admiración-admirarse; sorpresa-sorprenderse, maravilla-maravillarse; estupor, quedar estupefacto o caer en la estupefacción. Distintas maneras de decir –con distintos matices- esa cosa maravillosa que es el asombro.

… El asombro, el estupor, no está pura y simplemente al comienzo de la filosofía, como el lavado de manos que precede, por ejemplo, a la operación del cirujano. El asombro sostiene a la filosofía y la atraviesa plenamente con su poder.
Por eso, porque el asombro no sólo está al comienzo de la filosofía, sino que la sostiene en todo momento, puede decir Aristóteles que “por el asombro empezaron antaño y todavía hoy comienzan los hombres a filosofar”. Entendamos: por el asombro se comienza a filosofar y por el asombro se sigue filosofando. Donde no hay asombro, la filosofía se convierte en un mero juego de conceptos, pierde su seriedad y se vuelve asunto de “intelectuales”, cosa que la verdadera filosofía jamás fue.


[1] Teetetes, 155. Diálogos. Platón

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