0BJETIVO: ANALIZAR COMPRENSIVAMENTE UN TEXTO FILOSÓFICO
El porqué de la
filosofía (Fernando Savater)
“Árbol de sangre, el hombre siente, piensa, florece y da frutos
insólitos: palabras. Se enlazan lo sentido y lo pensado, tocamos las ideas: son
cuerpos y son números”. Octavio Paz
Tiene sentido empeñarse hoy, a
finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía como una
asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del
pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que
los progresistas y las personas prácticas
deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes,
adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad
debe resultarles un galimatías? ¿No
se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como
papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación
filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier
caso tiempo de descubrirla más adelante.
Entonces, ¿por qué imponérsela
a todos en la educación secundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y
reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas actuales de bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban
precisamente ser «cosa de niños», adecuada como pasatiempo formativo en los
primeros años pero impropia de adultos hechos y derechos. Por ejemplo, Calicles, que pretende rebatir la
opinión de Sócrates de que «es mejor padecer una injusticia que causarla».
Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran las leyes, es que
los más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los que valen
menos y los capaces a los incapaces.
La ley dirá que es peor
cometer una injusticia que sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla
que cometerla. Lo demás son tiquismiquis filosóficos, para los que guarda el ya
adulto Calicles todo su desprecio: «La filosofía es ciertamente, amigo
Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años juveniles, pero cuando se atiende a ella más
tiempo del debido es la ruina de los hombres.» Calicles no ve nada de malo
aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera el vicio de
filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente»
porque no podemos olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado
de corromper a los jóvenes seduciéndoles con su pensamiento y su palabra. A fin
de cuentas, si la filosofía desapareciese del todo, para chicos y grandes, el
enérgico Calicles —partidario de la razón del más fuerte— no se llevaría gran
disgusto...
Si se quieren resumir todos
los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan éstas: no sirve
para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo
imaginable aunque en realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién
sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los
científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar
informaciones válidas sobre la realidad.
En el fondo los filósofos se
empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo reconocía así,
cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué vamos a
escucharle, seamos jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de
los que saben, no de los que no saben. Sobre todo hoy en día, cuando las
ciencias han adelantado tanto y ya sabemos cómo funcionan la mayoría de las
cosas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por científicos aplicados.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el
mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y
la televisión digital... ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única
respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido
el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los
técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay
información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es
incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy
bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a
nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia
cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de
hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o
nos preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales
muertes se deben a desajustes en el ciclo macroeconómico global, otras hablarán
de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de
los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la
fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida,
nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En
qué mundo vivimos!» Entonces nosotros, como un eco pero cambiando la
exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en qué mundo
vivimos?» No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque
evidentemente no nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta
Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren
diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un
mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los
humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición
divina y quién la certífica?, etc.). En una palabra, no queremos más
información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que
tenemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones
anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de
la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación
así establecida. Éstas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que
vamos a llamar filosofía. Digamos que se dan tres niveles distintos de
entendimiento:
a) la información, que nos
presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede;
b) el conocimiento, que
reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia
significativa y busca
principios generales para ordenarla;
c) la sabiduría, que vincula
el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir,
intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos. Creo que
la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la
filosofía opera entre el b) y el c). De modo que no hay información propiamente
Volvamos otra vez a intentar precisar la diferencia esencial entre ciencia y
filosofía. Lo primero que salta a la vista no es lo que las distingue sino lo
que las asemeja: tanto la ciencia como la filosofía intentan contestar
preguntas suscitadas por la realidad. De hecho, en sus orígenes, ciencia y
filosofía estuvieron unidas y sólo a lo largo de los siglos la física, la
química, la astronomía o la psicología se fueron independizando de su común
matriz filosófica. En la actualidad, las ciencias pretenden explicar cómo están
hechas las cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía se centra más bien
en lo que significan para nosotros; la ciencia debe adoptar el punto de vista
impersonal para hablar sobre todos los temas (¡incluso cuando estudia a las
personas mismas!), mientras que la filosofía siempre permanece consciente de
que el conocimiento tiene necesariamente un sujeto, un protagonista humano. La
ciencia aspira a conocer lo que hay y lo que sucede; la filosofía se pone a
reflexionar sobre cómo cuenta para nosotros lo que sabemos que sucede y lo que
hay.
La ciencia multiplica las
perspectivas y las áreas de conocimiento, es decir fragmenta y especializa el
saber; la filosofía se empeña en relacionarlo todo con todo lo demás,
intentando enmarcar los saberes en un panorama teórico que sobrevuele la
diversidad desde esa aventura unitaria que es pensar, o sea ser humanos. La
ciencia desmonta las apariencias de lo real en elementos teóricos invisibles,
ondulatorios o corpusculares, matematizables, en elementos abstractos
inadvertidos; sin ignorar ni desdeñar ese análisis, la filosofía rescata la
realidad humanamente vital de lo aparente, en la que transcurre la peripecia de
nuestra existencia concreta (v. gr.: la ciencia nos revela que los árboles y
las mesas están compuestos de electrones, neutrones, etc., pero la filosofía,
sin minimizar esa revelación, nos devuelve a una realidad humana entre árboles
y mesas).
La ciencia busca saberes y no
meras suposiciones; la filosofía quiere saber lo que supone para nosotros el
conjunto de nuestros saberes... ¡y hasta si son verdaderos saberes o
ignorancias disfrazadas! Porque la filosofía suele preguntarse principalmente
sobre cuestiones que los científicos (y por supuesto la gente corriente) dan ya
por supuestas o evidentes. Lo apunta bien Thomas Nagel, actualmente profesor de
filosofía en una universidad de Nueva York: «La principal ocupación de la
filosofía es cuestionar y aclarar algunas ideas muy comunes que todos nosotros
usamos cada día sin pensar sobre ellas. Un historiador puede preguntarse qué
sucedió en tal momento del pasado, pero un filósofo preguntará: ¿qué es el
tiempo? Un matemático puede investigar las relaciones entre los números pero un
filósofo preguntará: ¿qué es un número? Un físico se preguntará de qué están
hechos los átomos o qué explica la gravedad, pero un filósofo preguntará: ¿cómo
podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes? Un psicólogo puede investigar
cómo los niños aprenden un lenguaje, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una
palabra significa algo? Cualquiera puede preguntarse si está mal colarse en el
cine sin pagar, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una acción es buena o
mala?»
En cualquier caso, tanto las
ciencias como las filosofías contestan a preguntas suscitadas por lo real. Pero
a tales preguntas las ciencias brindan soluciones, es decir, contestaciones que
satisfacen de tal modo la cuestión planteada que la anulan y disuelven. Cuando
una contestación científica funciona como tal ya no tiene sentido insistir en
la pregunta, que deja de ser interesante (una vez establecido que la
composición del agua es H2O deja de interesarnos seguir preguntando por la
composición del agua y este conocimiento deroga automáticamente las otras
soluciones propuestas por científicos anteriores, aunque abre la posibilidad de
nuevos interrogantes). En cambio, la filosofía no brinda soluciones sino
respuestas, las cuales no anulan las preguntas pero nos permiten convivir
racionalmente con ellas aunque sigamos planteándonoslas una y otra vez: por
muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta que inquiere sobre
qué es la justicia o qué es el tiempo, nunca dejaremos de preguntarnos por el
tiempo o la justicia ni descartaremos como ociosas o «superadas» las respuestas
dadas a esas cuestiones por filósofos anteriores.
Las respuestas filosóficas no
solucionan las preguntas de lo real (aunque a veces algunos filósofos lo hayan
creído así...) sino que más bien cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de
ese preguntar y nos ayudan a seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor,
a humanizamos en la convivencia perpetua con la interrogación. Porque, ¿qué es
el hombre sino el animal que pregunta y que seguirá preguntando más allá de
cualquier respuesta imaginable?
Hay preguntas que admiten
solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia; otras
creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y
responderlas —siempre insatisfactoriamente— es el empeño de la filosofía.
Históricamente ha sucedido que algunas preguntas empezaron siendo competencia
de la filosofía —la naturaleza y movimiento de los astros, por ejemplo— y luego
pasaron a recibir solución científica. En otros casos, cuestiones en apariencia
científicamente solventadas volvieron después a ser tratadas desde nuevas
perspectivas científicas, estimuladas por dudas filosóficas (el paso de la
geometría euclidiana a las geometrías no euclidianas, por ejemplo). Deslindar qué preguntas parecen hoy
pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de las tareas críticas
más importantes de los filósofos... y de los científicos. Es probable que
ciertos aspectos de las preguntas a las que hoy atiende la filosofía reciban
mañana solución científica, y es seguro que las futuras soluciones científicas
ayudarán decisivamente en el
replanteamiento de las respuestas filosóficas venideras, así como no
sería la primera vez que la tarea de los filósofos haya orientado o dado
inspiración a algunos científicos. No tiene por qué haber oposición
irreductible, ni mucho menos mutuo menosprecio, entre ciencia y filosofía, tal
como creen los malos científicos y los malos filósofos. De lo único que podemos
estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas
a las que intentar responder...
Preguntas sobre la lectura del texto: El por qué de la filosofía de
Fernando Savater
1. Identifica y describe las
principales críticas a la enseñanza de la filosofía que se hacen tanto en el
presente como en el pasado
2. ¿Por qué el autor afirma
que la filosofía no sirve para nada? ¿ Qué cosas sirve aprender?
3. ¿ Por qué la filosofía no
es noticia? ¿ qué entregan los medios de comunicación?
4. ¿ Cuándo y por qué surge la
pregunta filosófica?
5. ¿ Qué tipo de entendimiento
busca la filosofía?
6. Confecciona un cuadro
comparativo entre la 6 similitudes y 6 diferencias entre la filosofía y la
ciencia
7. Identifica y selecciona 7
preguntas filosófica y 7 científicas.
8.-Vocabulario: Busque el significado contextual de
los sigui